foolingaround

28 November 2005

Novela Barata Vol. II

GLORIA PEREZ
Ramona fue contratada junto a otras ocho personas que trabajarían en la cabaña. Cuatro hombres para trabajar en las tierras, una señora para la cocina y otra muchacha para la limpieza. El trabajo de Ramona era mas bien ayudar a cualquiera de las dos anteriores, en la cocina o en los quehaceres de la casa.
Diez años después, cuando la cabaña pasó a manos de Susana y su esposo, como regalo de bodas, todos los veranos viajaba la familia y se pasaban de dos a tres meses, el resto del tiempo la cabaña permanecía deshabitada, con excepción de algunas ocasiones en que Gustavo, hermano menor de Susana, llegaba a la cabaña para encontrar un poco de paz.
Gustavo formaba parte de los "misioneros comprometidos con un mundo mejor", recorría el mundo haciendo el trabajo de primera evangelización. Viajaba por zonas donde la Iglesia no tiene una presencia, en contacto con culturas y gentes de otras religiones intentando dar un testimonio y acercar su fe y la presencia de Jesús a esas personas. Era un hombre delgado, con la piel tostada por el sol y áspera, llena de cicatrices, marcas que le habían dejado las diferentes cultura que había conocido (ritos, infecciones, hongos, plagas, picadas de insectos, etc..) Sus ojos eran grises con tonos verdosos, de esos en los que te puedes perder.
Poseía una mirada de niño melancólico, era solitario, silencioso, amable, de buenos modales y muy religioso, predicaba sus creencias de manera apasionada con una voz ronca y profunda. Bebía whisky y licor de menta, fumaba tabaco, cosas que no eran vistas como parte de ser un misionero, pero él ignoraba las crí­ticas.
Para ese tiempo Ramona tenía veintiséis años y era la única que se encargaba de la casa, las demás mujeres habí­an sido despedidas al requerirse menos personal. De ser una flaquita en su infancia, había pasado a tener la figura de una típica mulata: una silueta escandalosa, que aunque siempre la cubría con exceso de ropa, le era imposible ocultar sus enormes senos, sus pronunciadas caderas y sus glúteos bailarines que al caminar, se movían como bambalinas. Su piel era canela, suave, con olor a mujer y vainilla, labios gruesos y amplia sonrisa.
La primera vez que Ramona lo viò, se quedó frisada observándolo por una eternidad. Al estar frente a él, le pareció ver en su rostro y escuchar en su voz a aquel muchacho, Josué, que trabajaba en el negocio de su tí­o José.
Normalmente Gustavo venía cada seis meses, pero igual podía pasar uno y dos años sin ir. Cuando estaba allá pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto o en el balcón, en silencio, con un vaso de whisky o licor, mirando el hermoso paisaje que ofrecía la cabaña. En algunas ocasiones llamaba a Ramona y le pedía que se sentara a su lado y permanecían allí­, la mayor parte del tiempo en silencio.
Ramona lo admiraba y le servia casi con vehemencia, observaba con detenimiento cada uno de sus pasos, el movimiento de sus cabellos con la brisa, el movimiento de sus labios al hablar, seguía sus piernas, la finura de su nariz y lo profundo de sus ojos. A veces después de estarlo mirando embelesada, él la sorprendí­a y le regalaba una de sus hermosas sonrisas de dientes amarillos.
Una de esas noches en que observaban el firmamento completamente en silencio, sentados uno al lado del otro, él le ofrecio un vaso de licor de menta, tenía el mismo sabor amargo que aquel líquido con sabor a demonio que le ofrecía todas las noches aquel chico del negocio de su tío. Minutos despues depositó una de sus manos sobre el muslo de Ramona, permaneciendo así­ minutos eternos, sin decir ni una palabra. Ella se quedó sin aliento. Minutos despues introdujo su mano bajo la falda y acarició la suave piel de sus muslos, se acercó a su cuello aspiro el dulce aroma a vainilla, le desabotonó la camisa floreada, hundió su rostro entre sus senos y los besó tiernamente. Se arrodillo delante de ella levantó la falda y beso sus muslos, lamió sus rodillas, recorrió su entrepierna con la lengua, con hambre de pasión, aspiró en su profundidad deleitándose con su olor a mujer, a vainilla, a almendras, a sexo y deseo. Le hizo a un lado la ropa interior y acarició los rizos plumosos de la entrepierna, le introdujo la lengua en su intimidad, causándole mil escalofríos, mientras ella respiraba agitada, dejaba escapar ligeros gemidos y se sentía desorbitada.
Nunca había experimentado ese tipo de sensaciones y sentía desvanecerse al contacto de la húmedad de su lengua entre las piernas. La condujo a la habitación de invitados donde dormí­a y ella lo siguió hipnotizada. La sentó en la cama y procedió a quitarse la camisa mostrando su pecho huesudo cubierto de unos pocos vellos suaves y dorados, luego se desnudó por completo ante ella. Se acercó, quedando su cintura a la altura del rostro de Ramona, le sujeto el pelo enmarañado y la condujo sutilmente hasta que con los gruesos labios tocaran su miembro. Aunque nunca lo había hecho, y solo había visto a las mujeres del negocio haciéndolo, por intuición supo que hacer. No le resultó placentero, sentí­a ese cuerpo extraño en su boca, con un sabor a sudor medio dulzón, con unos toques salados, pero por el rostro de placer que expresaba su amante no se atrevió a parar. Miró hacia arriba y vio a Gustavo cerrar los ojos y dejar escapar un fuerte gemido, éste le apretó el cuello de manera que se lo introdujo hasta la garganta. Sintió nauseas y antes de que pudiera darse cuenta tenía la boca, la garganta y el pecho lleno de un lí­quido blancuzco que le resulto repugnante. Se aparto de su lado y se limpió la boca.
Él tardó unos minutos en reponerse y recuperar su respiración calmada, la atrajo hacia sí­, la abrazó y besó sus labios, todo esto en profundo silencio. Bajo a sus senos y los observó deleitado, grandes y oscuros como azúcar tostada, con su legua hacia cí­rculos en él derecho y con la mano acariciaba y pellizcaba el derecho hasta dejarla extaciablemente duros. La volteó y besó su espalda, recorrió con su lengua desde el cuello hasta su trasero y lamió con intensidad toda el área. La inclinó un poco hací­a delante permitiéndole apoyar las manos sobre la cama y sus enormes senos quedaron colgando en el aire. La sujetó con fuerza por las caderas y la penetró con delicada y persistente intensidad.
Ella dejó escapar un quejido de dolor. La embistió por unos minutos, y finalmente sintió su interior palpitando, unas fuertes contracciones acompañadas de un dolor y placer intenso. Unos segundos después él se dejó caer en la cama y se tiró a su lado.
Al amanecer él ya no estaba allá­ ni iba a volver. Y aunque sólo ella lo sabí­a, de esa noche lujuriosa él resultado fue Gloria.

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